Una vez conseguida la independencia, el Perú inició el difícil reto de poner en marcha la República. La situación del país no era la más adecuada porque debía lograrse un acuerdo político que satisficiera los intereses de los diversos sectores de la sociedad peruana. Este ambicioso proyecto se vio afectado por la compleja realidad de la época y terminó intentando conciliar únicamente a los dos grupos con mayor influencia política peruana: civiles y militares criollos. Además, una lucha entre el centralismo limeño y el descentralismo provinciano; y un enfrentamiento entre las ideas liberales y conservadoras.
La iglesia y los militares se convirtieron en los herederos del control administrativo colonial. La presencia de caudillos, a consecuencia del fenómeno bélico de independencia, generó inestabilidad política. Ello se evidencia en los continuos golpes de estado y cambios constitucionales, es así que por cuarenta años la sucesión de gobiernos militares no permitieron el fortalecimiento de las instituciones republicanas. En este tiempo, solo dos caudillos lograron finalizar su mandato: Agustín Gamarra, quien develó más de una decena de intentonas golpistas, y Ramón Castilla quien gracias a la bonanza guanera pudo concretar sus dos mandatos. Estos caudillos –con apoyo terrateniente- representaron diversos y variados intereses sean estos regionales, locales o personales y se mantuvieron en constante pugna, perdiendo de vista algún proyecto nacional a largo, mediano o corto plazo, su interés giró en torno a enfrentar conspiraciones, neutralizar golpes de Estado y asegurar nuestros límites territoriales.
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